En Cuba se ha iniciado una nueva ofensiva contra la libertad de prensa ante la tormenta perfecta que comienza a envolver la isla.
Los subsidios venezolanos están amenazados y renglones claves de la economía descienden en picada. El malestar y la conflictividad social aumentan cuando la elite de poder se aboca de manera inexorable a enroques y rotaciones de personas; cambios exclusivamente dictados por la biología. En esas circunstancias el gobierno desea convencer a los cubanos de que nunca serán libres para pensar, hablar, escribir y actuar. Quiere insistir en el apotegma desmovilizador de que el sistema “no hay quien lo arregle ni lo pueda tumbar”.
Controlar, castigar y escarmentar; no liberalizar, democratizar y cambiar. Ese es su credo. Pero al acosar al pensamiento crítico y el periodismo investigativo, el sistema cubano carece de mecanismos de retroalimentación, por lo que lejos de asegurar su estabilidad incrementa su ineficiencia.
La elite de poder sabe que pisa arenas movedizas. Muchos que antes pusieron su fe en el socialismo, ahora reconsideran sus creencias. Después de sesenta años de fracasos y retrocesos la vida cotidiana no se corresponde con la “revolución” que les prometieron. Sus nietos heredaron una sociedad más pobre que la de sus abuelos. Los represores enfrentan un futuro impredecible. No saben si podrán emigrar a Occidente -vivir en Corea del Norte no es muy atractivo- de producirse un cambio en la isla.
En ese contexto es imprescindible para la elite de poder mantener el más estricto monopolio sobre la información y las percepciones. Eso supone la cada vez mas imposible tarea de controlar el acceso libre a internet, amordazar la prensa independiente, atemorizar a los periodistas oficiales. A ello se agrega cuestionar a quienes en el exilio trabajan por responsabilizar individualmente a los represores por sus acciones violentas.
En la isla hay una nueva ofensiva contra los periodistas. A los independientes se les golpea, decomisan equipos y amenazan con llevarlos a la cárcel, si es que no lo han hecho ya. A los que trabajan en medios oficiales de comunicación se les “advierte” que cualquier colaboración con la prensa no estatal puede ser el inicio de ser considerados “enemigos de la revolución”. Si no los encierran, los acosan y fusilan su reputación.
En el exterior el gobierno cubano también desata campañas de “medidas activas”, desinformación y ataques a la reputación contra cualquier iniciativa, institución o persona que pueda afectar sus intenciones de sostenerse en el poder a como dé lugar.
Los rusos no son los únicos dedicados a manipular las percepciones y emociones del público en Estados Unidos. Ana Belén Montes ejerció por muchos años su influencia en el Departamento de Defensa. Su función no se limitaba a obtener información secreta y enviarla a La Habana sino, en especial, a “enseñar” a sus colegas del Pentágono y de otras agencias del gobierno estadounidense, como debían “entender” y analizar la realidad cubana. Probablemente no sea la única persona trabajando en ese empeño. La eficiencia que tiene en esas faenas el mismo Estado que se muestra incapaz de producir alimentos es asombrosa.
El Estado totalitario no necesita justificar sus acciones para criminalizar a sus críticos. Es experto en manipular información y hacer propaganda. Tiene todos los medios a su alcance para fabricar falsas acusaciones, testigos y evidencias. Lo aprendieron de sus maestros de la KGB y la STASI. Un periodista independiente puede ser acusado de terrorista por un simple intercambio de mensajes con una organización en el exterior, a la que ya la propaganda oficial ha calificado caprichosamente de igual manera.
En esta batalla desigual por aplastar las voces independientes en la isla y asesinar la reputación de las instituciones o personas que desde el exilio les brindan apoyo, el estado totalitario también cuenta con medios digitales gubernamentales y partidistas, como Cubadebate y La Pupila Insomne, e incluso otros bajo la orientación del Departamento de la Seguridad del Estado, como es el caso de Razones de Cuba y El Heraldo Cubano.
Pero dominar “al potro salvaje de Internet” e impedir la circulación de información alternativa en formatos digitales en el siglo XXI es una quimera de viejitos despistados.
En lo que a la FDHC respecta, queremos concluir con un mensaje a la elite de poder, así como al Ministerio del Interior y sus agentes: Pensamos como el Quijote, si ladran es porque cabalgamos.
¡Una Cuba mejor es posible e inevitable!
Fundación para los Derechos Humanos en Cuba (FHRC)
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