Una beneficiaria cuenta su experiencia

Durante 15 años Amanda soñó despierta con echarle a su casa un piso. Pero no cualquier piso: uno de mosaicos, esas baldosas de estilo antiguo que alegran la casa con sus coloridos patrones. Claro, soñar, no cuesta nada. Pero ¿cómo iba a poder convertir su sueño en realidad, si antes tenía que asegurar un plato de comida diario cada uno de los siete miembros de su familia, incluidos varios que, entre menores y personas de la tercera edad, no estaban en edad de trabajar?

Ella era el puntal de su clan, Dios le había dado el don de la costura, y clientes no le faltaban, pero al dividirlo entre siete, era poco lo que ganaba con un dobladillo por acá, un zipper por allá y, solo de cuando en cuando, alguien que venía con un corte de tela para encargarle un vestido, un pantalón o una blusa. Para estirar sus ingresos,  A. lo mismo  se alquilaba como ayudante en un trabajo de construcción que revendía en el mercado negro lo que le cayera.

De trabajar con el Estado ni hablar, no solo porque paga muy poco (45 dólares mensuales como promedio) sino porque Amanda es lo que el régimen llama una persona “desafecta”, o sea, que piensa  y opina libremente, y se resiste a ser parte de la  unanimidad que sólo existe en Corea del Norte, los cementerios y Cuba.

Amanda sabía que ganaría mucho más sin salir de su pueblo, allá en la región oriental de Cuba, si pudiera comprar ella misma las telas, los hilos y demás materiales y crear su propia ropa;  pero luego pensaba, como dice un dicho cubiche, “¿con qué se sienta la cucaracha?”.

En Cuba, el libre mercado y la iniciativa privada son desestimulados, y en la mayoría de los casos los recursos solo están disponibles a través de la lealtad al partido comunista y sus dirigentes.

Aunque en la isla hay un pequeño sector privado, ella sabía que sus posibilidades de iniciar un verdadero negocio eran mínimas. Por estar políticamente marcada quizás hasta le denegarían la licencia para trabajar por cuenta propia, y en caso de que se la aprobaran, la podían usar como medio de chantaje. Pero además ¿de dónde iba a sacar el dinero?

“Un banco estatal presta dinero a empresas estatales como las cooperativas, o a particulares que tengan tierras, aunque no a todos; el negocio del banco es, ‘yo te presto pero tú tienes que demostrar cómo me vas a pagar’, y no le hace préstamos a ningún ciudadano”, precisó Amanda en una entrevista con FHRC.  “Y los particulares, ninguno te presta si no es con un interés excesivamente elevado”.  Como les sucede al 60 % de los cubanos, Amanda tampoco tiene F.E. (familiares en el extranjero) que le envíen remesas monetarias, una recurrida fuente de capital inicial para emprender pequeños negocios en la isla.

Sus sueños solo comenzaron a hacerse posibles el día que activistas locales de la Federación Latinoamericana de Mujeres Rurales (FLAMUR) le aseguraron que al otro lado del Estrecho de la Florida había personas dispuestas a ayudar a cubanos como ella a iniciar un emprendimiento independiente.

El programa de Microcréditos de Foundation for Human Rights in Cuba (FHRC) proporciona a ciudadanos cubanos los medios para iniciar un negocio in dependiente. Por lo general un coordinador local selecciona a candidatos que pueden solicitar un préstamo comercial, sin intereses, y con un calendario de pagos flexible, mutuamente acordado.

“Llené una planilla que especificaba la cantidad asignada, los plazos de pago y los porcentajes dedicados a ayudar a la organización y a la mensualidad del préstamo. También aclaraba que el total, una vez reembolsado, se asignaría a un nuevo proyecto”, recuerda Amanda. “No podíamos hacer declaraciones públicas, y debíamos vender la producción a través de terceras personas”.

Una vez seleccionado el candidato y acordados los términos, FHRC emite un préstamo de entre $100 y $600 USD para adquirir herramientas e insumos esenciales. Amanda recibió un préstamo de 300 dólares (en aquel momento, diez salarios medios mensuales cubanos). Y vaya si ha hecho una diferencia en su vida.

A los tres meses ya había devuelto todo el dinero. Dos años después, Amanda reinvierte sus ganancias.

Entre sus productos más populares y lucrativos están los que elabora a partir de lo que compra en las llamadas “trapi-shoppings”, tiendas del Estado que venden ropa de segunda mano extranjera comprada en lotes. Ella transforma esas prendas en algo nuevo, atractivo y original. Y las vende bien. “Si fuera con el régimen tendría que dar explicaciones, y ellos fijarían el precio, pero de esta forma somos dueños de nuestra mercancía”.

También aprendió normas de disciplina empresarial: “Aprendes a hacer que tu contabilidad sea transparente, a cumplir con los pasos que se han planificado”.

Pero para ella lo más importante ha sido cómo este proyecto ha cambiado la vida de ella y su familia, como un hada madrina convirtiendo a la Cenicienta en princesa, sin campanadas a las doce de la noche.  “Ha cambiado en todos los sentidos, podemos darnos algunos gustos, la alimentación ha mejorado, ya compré en las tiendas de Cubalse los mosaicos y el cemento para echar mi piso.  Tenemos un trabajo digno e independiente, sin ataduras. Salimos adelante, con sacrificios, trabajando duro, pero lo logré. Gracias a los que confiaron en nosotros “.

¡Ayúdanos a llegar a $ 50,000 para cambiar la vida a cubanos como a Amanda!

Esa cantidad ayudaría a más de 100 empresarios cubanos a desarrollar el mercado libre en un país comunista.

He aquí algunos indicadores de lo logrado:

  • 70    número de emprendedores que se han sumado a esta iniciativa.
  • 90%   Porcentaje de mujeres participantes en el programa.
  • 100%   Porcentaje de reembolso

Gracias a tu apoyo, podremos seguir brindando los recursos necesarios para ayudar a emprendedores en Cuba a realizar sus sueños.

¡Tu donación cuenta!

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