Pero entonces llegó Barack Obama y, abusando de su autoridad ejecutiva, disfrazó el turismo americano a Cuba como “contactos de pueblo a pueblo”, y aseguró su masividad autorizando los cruceros, entre otras generosas y apresuradas concesiones unilaterales al régimen de Raúl Castro.
Como apuntaba la semana pasada el diario USA Today, desde que comenzaron en mayo de 2016 “los viajes en cruceros se convirtieron en la forma más popular de viajes de placer desde los Estados Unidos a la isla, con un total de 142,721 personas en los primeros cuatro meses de este año, para un aumento de más del 300% con respecto al mismo período del año pasado”.
En cuanto a los contactos “de pueblo a pueblo”, estos se limitaban a llevar a los supuestos “viajeros” a lugares como el Museo del Ron, la fábrica de habanos Partagás (para que no dejaran de gastar su límite de $100 en productos de alcohol y tabaco) o a contarles en Bahía de Cochinos o en el Museo de la Revolución la fábula del pequeño país asediado. Si después se querían dar un chapuzón en Varadero, no iba a ser el gobierno cubano quien se lo impidiera.
Ahora, después del anuncio de la administración Trump sobre la cancelación de los cruceros y los viajes “de pueblo a pueblo” a Cuba, vuelven los portavoces del gobierno castrista a quejarse de que a los estadounidenses les están violando su derecho a viajar donde deseen, y de ayudar al pueblo cubano. En realidad ¿a quién ayudaban estos viajes?
El director del Consejo Comercial y Económico Cuba-Estados Unidos, John Kavulich, ha calculado que las aperturas de Obama a Cuba en el campo que él estudia representaron para Castro unos $12.000 millones de dólares, más que lo que Venezuela en su mejor momento le pagaba por los servicios profesionales cubanos.
Kavulich estimó antes de que se iniciaran los cruceros que los ingresos brutos por temporada para La Habana serían de unos $80 millones, sin contar con las compras de souvenirs, meriendas y comidas, propinas, etc. que agregarían hasta $16 millones más.
Pero en su primer balance año y medio después el analista estimó que desde junio de 2016 hasta fines del 2017, los ingresos relacionados con viajes obtenidos por empresas estadounidenses podrían haber llegado a $720 millones, mientras que el aporte potencial de los viajeros y empresas de EE.UU. al gobierno de La Habana habría alcanzado cerca de $1,000 millones.
Todo esto en itinerarios muy bien controlados en los que “el pueblo cubano” era un mero espectador desde la barrera. Los “boteros” o taxistas privados, por ejemplo, no podían recoger a estos “viajeros” en la Avenida del Puerto de La Habana, sino que todo el circo era orquestado con payasos e ilusionistas confiables para “el proceso revolucionario”, filtrados por compañías del sector como Gaviota y Habaguanex, que son tentáculos del pulpo militar-empresarial castrista GAESA.
La industria de los cruceros calcula ahora que la prohibición a las compañías estadounidenses de tocar puertos cubanos afectará a unas 800.000 reservaciones. En su primer estimado, Kavulich señalaba que el promedio de gastos por persona por puerto en los cruceros al Caribe es de US $ 75.00. Pero por obra y gracia de Obama los estadounidenses, hasta hoy, pueden regresar de Cuba con hasta $400 en mercancías. Saque usted la cuenta.
Con la desaparición de los viajes “de pueblo a pueblo” a los americanos les quedan numerosas justificaciones legales para viajar a la isla: visitas familiares; asuntos de gobierno; actividades periodísticas, educativas, religiosas, de investigación; eventos académicos; apoyo al pueblo cubano; o proyectos humanitarios.
Trump pudo haber ido más lejos y privar a los bon vivants de las fuerzas armadas y el Ministerio del Interior de Cuba de dineros similares a los que dejan los cruceros, si hubiera cancelado también los vuelos comerciales. Pero tal como al limitar las remesas tuvo en cuenta que los familiares en EE.UU. pudieran continuar ayudando significativamente a sus seres queridos ($330 trimestrales por persona, 11 veces el salario mensual medio) reconoció que suprimir los vuelos podía afectar también los cientos de miles de visitas familiares anuales.
A poco más de un mes de la primera (anuncios de John Bolton y Mike Pompeo en abril), esta segunda vuelta de tuerca de la administración estadounidense, que tampoco parece ser la última, envía un mensaje claro a los verdugos no solo del pueblo cubano, sino de los de Venezuela y Nicaragua: o retiran de aquellos países su maquinaria represiva, y se enderezan dentro de la isla en materia de derechos humanos, o eventualmente tendrán que instrumentar la Opción Cero, y enfrentar la ira de su propio pueblo.
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