HENRY CONSTANTIN: Seis meses en Miami
 
Henry Constantin
 
¿Dónde estoy?, me dije, más por pellizcarme emocionalmente que por darme una respuesta que ya sabía, cuando vi a una muchacha navegar por internet en su smartphone, dentro del avión que hace seis meses trajo a este cubano a estudiar en Miami. Abajo, miles de luces y autos cada vez más cerca, en las calles de la ciudad más ansiada y ofendida de toda Cuba, en la ciudad que resume todos los dolores de nuestra historia y prueba hasta dónde prosperamos los cubanos si vivimos en libertad.

El 10 de enero aterricé en Miami, con la sospecha de que iba a vivir una experiencia transcendental en el programa de estudios para cubanos “Somos un solo pueblo”. Y la sospecha se confirmó, con creces.

Aquí he aprendido mucho más de lo que en las aulas del Miami Dade College se propusieron enseñar, si excluyo la cocina —mi asignatura desaprobada— y el inglés —el idioma más difícil de hablar en “la única provincia próspera de Cuba”.

En el Wolfson Campus del Miami Dade College nos enseñaron Negocios, Sicología, Sociología, Computación e Inglés. A esa escuela ya la guardé en el corazón porque es la primera en 12 años que me respeta como ser humano y me entrega un diploma en vez de expulsarme por mi actitud civil. Aunque pertenezca a Estados Unidos y se rija por sus leyes, tiene tantos cubanos y nos abrió con tan buena voluntad sus puertas que yo la siento de Cuba.

Fuera de ahí, en los espacios de la sociedad civil cubano-miamense, respiré fuerza de las muchas personas, instituciones y medios de comunicación que tienen entre sus prioridades trabajar por una Cuba libre.

La Fundación de Derechos Humanos de Cuba (FDHC), que le dio vida a esta beca, fue otro descubrimiento. Por décadas, la propaganda oficial cubana solo adjetiva con ofensas a las personas que trabajan y se relacionan con esta institución. Lamentable. Pero en su saloncito de reuniones, un día, miré a mis espaldas y descubrí en la pared una reproducción de alguna página del periódico Patria, el que Martí fundó para llevar la libertad hasta Cuba. Y enfrente, un retrato del Apóstol. Qué contraste, y recordé que nunca como como estudiante en mis universidades y medios de prensa de la isla, ni como reclamante o como detenido en sedes del Partido Comunista de Cuba, la policía o la Seguridad del Estado, percibí en el decorado de ninguno de esos espacios otra cosa que la reverencia a Castros y al Che y a ideas de violencia y poder. Y en la Fundación, Martí y Patria.

En el mar diverso y a veces encrespado de la sociedad civil miamense, la diferencia entre generaciones es visible. Mientras los exiliados de los 60 y 70 viven con intensidad la situación del país, la mayoría de los más jóvenes parecen concentrados en sus propias vidas y, en todo caso, las de sus familiares en Cuba. Fuera de eso, se siente su ausencia de los espacios de actividad sobre la isla, y no son tan protagonistas como deberían. Parece como si hubieran traído en los maletines con que escaparon de la isla sus traumas de allá, la desesperanza, el miedo, la desinformación, la desconfianza, la apatía, y la subestimación de su fuerza para cambiar el entorno… Por suerte hay muchas excepciones.

En Miami confirmé que los cubanos no somos una raza improductiva y condenada al subdesarrollo, sino gente capaz de prosperar en paz y libertad.

De la ciudad de los Heats y los Marlins me llevo la solidaridad con que tantas personas amables me trataron y escucharon, la atención de los medios de prensa libres, el montón de amistades nuevas que hice y las antiguas que recuperé.

A veces como público, a veces como hombre en la tribuna, viví la emoción del debate entre puntos de vista opuestos, casi siempre respetuosos. Esa experiencia en la isla es de lo que más necesitamos recuperar de una vez los cubanos.

Además, viví emociones más sencillas, que una vez en Cuba se convertirán en traumas lacerantes, supongo. Un refrigerador lleno; un día entero sin sudar —incluso usando el aún mejorable transporte público; una clase en la que yo opinaba sobre el mundo exactamente lo contrario que el profesor y eso no afectaba en peligro mis notas ni mi matrícula; un concierto de ópera y un stadium de pelota con techo deslizable; internet hasta en el tren urbano…

Pero no todo fue color de rosas. Se incendió la cocina de mi apartamento, sin más consecuencia que la cara de frustración del bombero por haber llegado cuando ya solo quedaba humo; tuve sesiones de clases y trabajo desde las 8 de la mañana hasta las 9 de la noche; sufrí con los barcos parqueados frente a mi ventana porque tomar uno e ir a 90 millas a ver a mi familia es un delito gravísimo del otro lado del Estrecho. Tener tan lejos a mi familia, a las personas que quiero, ha sido lo más difícil de sobrellevar en estos seis meses.

Pero mis dramas son insignificantes. Regreso a Cuba cargado de tragedias ajenas, de miles de historias que han escapado hasta Miami para curar sus dolores y frustraciones de Cuba a la sombra de la Torre de la Libertad.

Lo más importante de vivir en Miami es regresar a Cuba. Allá, en Cuba, es donde Miami tiene sentido. Y a la inversa, es en Miami donde uno confirma que la realidad de nuestra isla no tiene sentido. Entonces regresar parece un suicidio, o un intento desesperado de darle sentido a una vida que aparentemente dejamos atrás pero que siempre, siempre, nos perseguirá.

Quizás el calor me dé alergia, la mala alimentación me adelgace más y la represión me encarcele. No importa. Ahora que me he sentido persona, quiero ir allá a seguir sembrando entre los míos la esperanza de que podemos hacer un país para personas. Es difícil, pero nunca me ha atraído lo fácil.

¿Dónde estoy?, me diré para despertarme también este 12 de julio, cuando salga del otro avión que me llevará de regreso a Cuba. No sé si la primera imagen que guardaré de este regreso será la vision aérea de la desbaratada y tercermundista Habana, los rostros poco amables de los funcionarios en el aeropuerto de Rancho Boyeros, o el riesgo constante de que la Seguridad del Estado cubana te moleste por haber regresado a tu país con ínfulas de ser libre.

Pero regreso en cuerpo y alma a Cuba. Perdón, me equivoqué: del alma dejo algo atrás, aquí, en Miami.

Estudiante y bloguero cubano becado por seis meses por el Miami Dade College.

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