Si usted creía que los estados teocráticos extremistas de Afganistán e Irán no tienen nada que ver con la realidad de la sociedad cubana, piénselo de nuevo.

Los talibanes de la isla saben que se imponen por la fuerza sobre una sociedad que no quiere vivir en el medioevo, de espaldas a las libertades, progreso y tecnologías del siglo xxi. Los súbditos se rebelaron el mes pasado. Desplegaron una masiva insumisión frente a un estado dominado por el partido como iglesia y el comunismo por religión oficial. Una sociedad teocrática y confesional en que renegar de las deidades y mitos de esa religión oficial asegura una existencia infernal.

Ser excomulgado del santo PCC y su red de pseudoinstituciones supone aislamiento y rechazo como leproso ideológico. También azotes laborales con pérdida de empleo, estudios y oportunidades de progresar socialmente. Cuando esos aislamientos y azotes no doblegan al insumiso, los pretendidos mullahs del Estado-Partido-Gobierno disponen que sea golpeado en público, en actos de repudio ejecutados por sus más perrunos seguidores para luego lanzarlo con huesos quebrados a convivir con ratas y cucarachas en mazmorras ruinosas. Para mayor tragedia esos supuestos mullahs no son tales porque no creen en la doctrina comunista que predican y saben que su iglesia es apenas un instrumento de dominación. Son mafiosos disfrazados de creyentes para aterrorizar a los demás.

Ese reino de terror, al que acaban de tapiar el acceso y libre participación en Internet con el Decreto Ley 35, no está ubicado en un remoto lugar rodeado de rocosas e inaccesibles cordilleras. Existe a noventa millas de la cuna de la democracia moderna y país más avanzado tecnológicamente del planeta en el que habitan dos millones de sus emigrados con acceso constante a la isla, intenso intercambio con sus familias y de cuyas remesas depende la supervivencia de buena parte de la población.

Foto de enero 1959. Miembros del Ejercito Rebelde toman el Habana Hilton. Esta foto corre estos días en las redes con la etiqueta «Talibanes en La Habana»

Los talibanes habaneros confunden su situación con las de sus parientes afganos.

Cuba es parte de América Latina. Una comunidad regional de naciones que hace dos décadas –horrorizada por el terrorismo y esperanzada por la caída del comunismo europeo– proclamó formal y legalmente su adhesión a los principios y valores de la democracia liberal. Y –lo más importante– tiene una cultura occidental.

La euforia por la retirada estadounidense de Afganistán puede conducir a los talibanes cubanos a cometer errores estratégicos de apreciación. Los insumisos en la isla saben que la libertad no vendrá como regalo del exterior y recién han descubierto su potencial para alcanzarla. Pero los talibanes cubanos no han comprendido todavía que lo que hizo EEUU fue retirarse de la última guerra del siglo xx.

La retirada de Afganistán no va a marcar una era aislacionista de Washington sino la actualización de sus doctrinas militares a todas las posibilidades que ofrecen las nuevas generaciones de armamento. Los futuros conflictos tendrán cada vez menos el propósito de ocupar territorios y administrarlos sino de negarle a los enemigos la capacidad de emplear sus armas para cometer genocidios o afectar la seguridad internacional. La guerra aérea de la OTAN contra el genocida Milosevic hasta su caída es una variante de lo que fue la primera guerra del siglo xxi ejecutada con armas del siglo xx.  El lanzamiento a distancia de misiles Tomahawk y Hellfire sin poner aviones en el aire, ni soldados en tierra es el paisaje bélico más probable después de la caída de Kabul.

Los talibanes habaneros no deben confundir las cosas. Su poder no es ilimitado, ni gozan de impunidad. Por otro lado, los cubanos debemos reafirmarnos en la idea de que alcanzar la libertad es, ante todo, nuestra responsabilidad.

El núcleo central del conflicto cubano no es entre Cuba y Estados Unidos. Siempre ha sido el del pueblo cubano contra un régimen que le niega sus libertades básicas y tampoco satisface sus necesidades y expectativas de progreso. Ahora ha despertado una ciudadanía dispuesta a reemplazarlo junto a la élite que lo administra. Después del pasado once de julio ese conflicto ha entrado en una nueva etapa.

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