A George Orwell se le conoce principalmente por sus novelas antitotalitarias “Rebelión en la Granja” y “1984”. Combatiente contra Franco en la Guerra Civil Española, Orwell quedó defraudado por las prácticas de los estalinistas y dedicó la última etapa de su obra a combatir los totalitarismos. En “1984”, publicada en 1949, describe una sociedad ficticia caracterizada, entre otros rasgos, por el asalto a la libertad de expresión y pensamiento y el clima paralizante de sospecha y miedo. De Orwell heredamos términos como El Gran Hermano que nos vigila, la Policía del Pensamiento y los Dos Minutos del Odio.

 Cualquier parecido con la realidad cubana no es pura coincidencia. Amnistía Internacional lo acaba de recordar en relación con los que llama “temibles niveles de vigilancia” a que están sometidos los miembros del Movimiento San Isidro.  Durante dos semanas, investigadores de Amnistía recolectaron testimonios de los activistas sobre el asedio policial y cómo se arriesgan a ser arrestados si salen de sus hogares.

 

«Estas preocupantes restricciones son como algo que salió de una novela de Orwell, con escenario de palmeras en La Habana», dijo Erika Guevara-Rosas, representante de la organización en América Latina. “La presencia policial frente a sus hogares y la amenaza constante de arresto es tan intensa que los activistas, en esencia, están encarcelados en sus casas», agregó. Señaló la representante de Amnistía que esta vigilancia y acoso son inaceptables bajo la Ley Internacional, pues el régimen viola los derechos universales a la privacidad y la libertad de movimiento.

Pero no solo los policías de civil a las puertas de los librepensadores de San Isidro nos recuerdan a Orwell. También quienes en los medios oficiales los atacan, remedando los dos minutos del odio de 1984. Como el presentador y abogado Humberto López, que les ha dibujado una diana en la espalda al sindicarlos en la TV de terroristas y mercenarios. Como describía el escritor británico de los dos minutos del odio: “Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecían recorrer a todos los presentes”.

Que tomen nota López y compañía: como no son personajes de ficción, sino de la vida real, ellos también pueden enfrentar en el futuro una responsabilidad penal, por incitar a la violencia. Ya ocurrió con unos locutores de radio que azuzaron las masacres en Ruanda.

Rolando Cartaya

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