El reciente paro nacional en Colombia es el segundo tirón de orejas que le dan los colombianos al presidente Iván Duque en menos de un mes. El 27 de octubre su partido Centro Democrático perdió las elecciones de autoridades locales y regionales incluso en su bastión de Medellín.
Ahora un sonoro y prolongado cacerolazo y una marcha que concitó a estudiantes, indígenas, sindicalistas, artistas y otros sectores ponen de relieve que la gestión de Duque, un líder demócrata que apenas duerme, es considerada insuficiente por la población, la que ha tomado al presidente como pararrayos para desahogar su frustración con problemas antiguos como la corrupción y la profunda desigualdad social y con otros recientes como el impacto de cerca de millón y medio de refugiados venezolanos en el país.
“Son los venezolanos” fue la frase echada a volar cuando como una copia al carbón de lo sucedido en Chile y Ecuador, vándalos organizados intentaron secuestrar la legítima protesta democrática incendiando edificios públicos, comercios y el Transmilenio, corazón del sistema de transporte público de Bogotá, y luego lanzaron en las redes sociales, como lo reconociera el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, una campaña para sembrar el pánico hasta en los conjuntos residenciales de clase media.
La prensa libre de Colombia reportó como estos instigadores del caos y la violencia, una minoría, eran rechazados por los verdaderos manifestantes en un país harto de sufrir a narcotraficantes, grupos armados ilegales y bandas criminales.
Puede que entre los manifestantes hubiera también venezolanos de los que dejaron atrás todo por encontrar libertad y un mejor futuro, pero como dice la Biblia, por sus frutos los conoceréis: los líderes encapuchados de la violencia ─Noticias Caracol filmó a uno dirigiendo por señas un incendio en la Plaza de Bolívar─ parecían seguir las mismas instrucciones dictadas desde La Habana y Caracas que se pusieron en práctica para tratar de desestabilizar las democracias de Chile y Ecuador.
El Presidente Duque cerró las fronteras por 48 horas y puso en máxima alerta a las fuerzas militares antes del anunciado paro. No basta.
Ni basta con que la inteligencia colombiana les siga la pista a los enviados de Cubazuela, como el supuesto médico cubano que capturaron en marzo espiando la base de Palanquero; o el apacible criador de caballos que el año pasado fue detenido por coordinar envíos de cocaína producidos por los frentes “disidentes” de las FARC a carteles en México vía Venezuela; o como el agitador que primero hizo titulares con presuntos planes para atentar contra diplomáticos de EE.UU. en Bogotá y luego cambió la película y dijo que era miembro de una organización del exilio cubano que nadie conoce y que contra quienes planeaba atentar era contra los candidatos presidenciales de la izquierda.
Estas noticias que suelen aparecer en la sección de justicia del diario El Tiempo o en algún reportaje de la revista Semana deberían tener más resonancia y consideración en el país y en el extranjero, incluso al nivel del Presidente y sus representantes en foros internacionales.
El presidente Duque tiene varias tareas por delante para el resto de su mandato, y todas son difíciles: escuchar a los colombianos, acercándose más a ellos, y al menos empezar a responder a sus pliegos de demandas; tratar de unir a un país altamente polarizado y con riesgo de cometer, por descontento, un error irreparable en las próximas elecciones; y velar porque no se realice el sueño de Fidel Castro de anexar Colombia, con sus inmensos recursos, a Cubazuela.