La vida es lo que te sucede cuando planificas otra cosa. En La Habana y La Paz planificaron prorrogar los poderes de Evo Morales en el principal país productor de materia prima para el narcotráfico, pero las cosas pronto se fueron fuera de control.
Evo Morales se vio obligado, en el trigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín, a buscar refugio en su histórico bastión cocalero del trópico del Chapare, del departamento de Cochabamba. Poco después se ha visto obligado a presentar su renuncia cuando las fuerzas armadas y policías se negaron a masacrar al pueblo.
Estos sucesos son muy graves para los planes de reconquista regional castrochavista.
Mientras trabajaban para impulsar el retorno de Cristina Kirchner, la liberación de Lula y la desestabilización de los gobiernos de Ecuador y Chile, suponían segura su plaza boliviana. ¿Acaso no había aceptado ya la población, resignadamente, fraudes anteriores? ¿No había tolerado la violación de la Constitución al aceptar una decisión espuria del Tribunal Supremo Electoral que autorizaba a Evo Morales a postularse para ser reelecto?
Ese era el plan. Olvidaron la frase de Karl Marx cuando afirmó que la Historia es un topo que cava túneles y sorprende a todos cuando sale, repentinamente, por el lugar menos esperado.
En dos semanas los mecanismos de control del régimen boliviano y de la embajada de Cuba en La Paz han entrado en crisis. Uno tras otro.
El pueblo se indignó con el menosprecio de haber sido considerado un tonto pasivo, se rebeló y no se dejó amedrentar por los grupos de choque paramilitares; la policía se amotinó en contra del Gobierno y retiró la protección al Palacio Presidencial; las fuerzas armadas rehusaron participar en la represión; docenas de funcionarios renunciaron y veinte pidieron asilo en la embajada de México. Al final, la demanda por la renuncia del presidente se volvió masiva y abarcó todos los sectores sociales, salvo los vinculados al narcotráfico.
De poco sirve en esas circunstancias el aparato de agentes de influencia cubanos en los medios de prensa internacionales. Esta crisis no la deciden los lectores de The New York Times, sino las cholitas de Plaza Murillo. Tampoco la OEA, que ya ha reconocido la imposibilidad de avalar el fraude.
Evo —contrariando la intolerancia dogmática de La Habana— ha tenido que dar un paso atrás, convocar nuevas elecciones para terminar, finalmente, renunciando. A fin de cuentas, es él quien mejor conoce a los bolivianos, y no quiere tener el trágico final que tuvo otro presidente cuando el pueblo terminó colgándolo de un poste de alumbrado público frente al Palacio Presidencial. El racismo castrista menospreció la inteligencia y amor a la libertad de un pueblo eminentemente indígena… y se equivocó.
La brisita del otoño norteño de Cubazuela ha tropezado con un inesperado y primaveral viento sur boliviano. El golpe electoral narcofascista de Evo y Castro ya ha fracasado, pero la lucha por la libertad no ha cesado. Ha caído Evo Morales. Ahora habrá que asegurar que el nuevo proceso electoral esté libre de la manipulación e injerencia del narcotráfico y Cubazuela.
La representación diplomática cubana debe ser expulsada de La Paz. A los integrantes de la brigada médica que no sean agentes de inteligencia, se les debe ofrecer la oportunidad –como se hizo en Brasil- de residir, revalidar sus títulos y trabajar como personas libres -ya no como esclavos- en el país.
Lo “imposible” sucedió: cayó Evo Morales. Quedan Maduro, Ortega y Raúl Castro. ¿Imposible derrocarlos? En la Fundación para los Derechos Humanos en Cuba creemos que sí se puede.