El gobierno de Cuba finalmente se decidió a reconocer la realidad del coronavirus en la isla, pero no ha captado la dimensión excepcional de la amenaza que representa. Las medidas de contención adoptadas hasta ahora son todavía parciales y ya tardías.
Si bien se ha decidido la salida de los turistas extranjeros y una suspensión de algunas de las actividades que suponen aglomeraciones de personas como eventos deportivos, conciertos, cines y teatros, hasta ahora no se han suspendido las clases del curso escolar, ni se ha obligado a cerrar bares y restaurantes, ni el gobierno ha dicho cómo espera lograr que los cubanos dejen de hacer nutridas, largas, y riesgosas colas para conseguir alimentos y otros artículos básicos.
La Habana apenas había admitido la existencia de un puñado de casos en el país, en su mayoría extranjeros, pero las cifras cambiaron rápidamente después del anuncio de las mencionadas medidas el viernes. Si solo el 10% de los llamados “vigilados” diese positivo el índice de contagio sería muy preocupante si se tiene en cuenta que la población cubana es pequeña pero muy envejecida, siendo ese el grupo de más vulnerabilidad.
Hace apenas unos días, el 14 de marzo, la directora de Mercadotecnia del Ministerio de Turismo, Bárbara Cruz, afirmaba en una rueda de prensa para presentar el plan de prevención y control del COVID-19 en el sector turístico que quienes viajaran a Cuba «serán bien recibidos» ya que es un país seguro».
Gracias a esta manipulación apacible del tema con fines políticos y económicos, en ese “país seguro” se pueden haber contagiado algunos de los 60.000 turistas que estaban en la isla. Y lo mismo puede haber ocurrido con los nacionales, a los que históricamente se les oculta o revela solo parcialmente el riesgo que corren ante brotes de enfermedades infecciosas como el dengue, el cólera, el zika y ahora el coronavirus.
El COVID-19 se transmite sigilosamente, porque los contagiados a menudo experimentan síntomas leves o ninguno, los que pueden aparecer dos semanas después de la llegada del microorganismo al nuevo hospedero.
Así, las transmisiones procedentes de estos asintomáticos, principalmente niños y jóvenes, ocurren sin que las personas sanas que los rodean puedan tomar conciencia de ello. Se calcula que cada contagiado puede infectar hasta a 3,5 personas. Los pacientes que sobreviven pueden continuar siendo transmisores del virus entre ocho y 37 días después de comenzar a recuperarse.
Los niños y jóvenes que contraigan el virus mientras continúan asistiendo a clases, probablemente lo sobrevivirán, pero se lo transmitirán a sus vulnerables padres o abuelos, que casi siempre conviven bajo el mismo techo.
Y luego está el tema de las colas. En la isla, son pocos los que pueden comer sin hacer largas colas.
Italia, un país desarrollado, con un buen sistema de salud pública y suficientes recursos, cometió el mismo grave error de tardarse en adoptar las medidas pertinentes y la semana pasada, cuando ya registraba 47.021 casos, superó con 3.405 la cifra de muertos de China. Si el virus se propagara sigilosamente por toda Cuba, un país donde no existe una cultura de precauciones higiénicas y es un reto conseguir jabón, alcohol o una mascarilla, los saldos de contagio y muerte podrían alcanzar cifras aún superiores.
En esas circunstancias la sumisión a la política estatal de continuar normalmente con las clases, las colas, el trabajo, -a los que se llega en abarrotados transportes-, y seguir dilatando el imprescindible aislamiento social, puede suponer la muerte, a cortísimo plazo ─semanas─ para cientos de miles de cubanos. Estamos hablando de nuestros hijos, esposos, abuelos, padres y amigos. Una muerte horrible por asfixia pulmonar.
El tiempo apremia. No puede dilapidarse “pidiendo” respetuosamente al gobierno que haga lo correcto. Hay medidas que, para su autoprotección, pueden tomar los ciudadanos por su cuenta y de inmediato, sin dejarse amedrentar por presiones administrativas o incluso policiales. Entre ellas, las siguientes:
- No enviar los hijos a escuelas y becas mientras dure la emergencia. Nadie tiene autoridad para violar la patria potestad de los padres y estos, antes que ninguna institución, tienen la obligación de protegerlos. No pueden detener y enjuiciar a millones de padres responsables por tomar unilateralmente esta sabia y universal medida preventiva. Por otra parte ya se sabe que los menores se contagian de manera asintomática por lo que regresarían a sus hogares y enfermarían a sus padres y abuelos.
- A menos que su trabajo sea esencial para la seguridad de todos, usted tiene derecho a no asistir, a no ponerse en peligro mientras dure la crisis. Su vida y las de sus familiares están primero.
- Negarse a participar en misiones médicas al exterior cuando el deber primario de todo profesional cubano de la salud no puede ser otro en este momento que contribuir a combatir el coronavirus en el territorio nacional.
- Buscar y diseminar por todos los medios a su alcance información internacional sobre el impacto mundial de esta pandemia y las medidas que se promueven en el resto del mundo y por la Organización Mundial de la Salud para contener su alta tasa de contagio y mortalidad. Si tiene que hacer cola, haga saber a los demás que es sumamente importante mantener de uno a dos metros de distancia unos de otros.
Adicionalmente, se deben presentar un conjunto de exigencias urgentes al gobierno cubano tales rebajar dramáticamente los precios del servicio de Internet y poner una moratoria sobre cualquier impuesto de aduana sobre la importación privada directa de productos de primera necesidad en este momento tales como jabón, productos de esterilización, limpieza, medicinas y otros
La sociedad cubana se encuentra ante una coyuntura nueva y excepcional. Acatar una política que le exponga de manera irresponsable, venga de donde venga, equivale a escoger la muerte propia y de su familia sobre la posibilidad de sobrevivir a esta pandemia. En esas circunstancias extremas, el ciudadano tiene, más que nunca antes, el derecho a la desobediencia. En ello le va la vida, y las de sus seres queridos.