La “selección” el 10 de octubre pasado de Miguel Díaz-Canel como Presidente de la República y de Esteban Lazo como presidente del Consejo de Estado y de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), evidenció el inmovilismo del régimen estalinista que dirige Raúl Castro.

Fue un resultado directo de la nueva Constitución, que es en realidad el testamento que ha dejado Raúl Castro para desconcentrar funciones y así atar las manos de sus sucesores y evitar que surja un Gorbachov que haga cambios reales.

Lo primero que hizo el Jefe de Estado fue mentir y manipular la realidad. Con el país sumergido en la peor crisis económica desde los años 90, Díaz-Canel lejos de anunciar cambios para dejar de asfixiar las fuerzas productivas y poner fin a la escalada represiva contra opositores y periodistas independientes, afirmó que no hay de qué preocuparse, pues el “período coyuntural” ya casi ha terminado y pronto todo volverá a la normalidad.

Como el PCC, suprema autoridad según la Constitución, se niega a hacer cambios estructurales el Jefe de Estado nada puede hacer, además de que tampoco quiere. Su misión es la de obedecer y no “andar inventando”, como se dice en la isla.

Se trata de un montaje de tipo institucional para hacer creer que en Cuba se están haciendo movimientos fundamentales y así mantener a la población esperanzada.

Vale destacar que Díaz-Canel tiene ahora menos poder. Debe rendir cuentas a la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) al Consejo de Estado (ente permanente de la ANPP entre sesión y sesión). Como Lazo debe rendir cuentas a los dos organismos que él preside (Consejo de Estado y ANPP), de hecho se rinde cuentas a sí mismo. Por tanto, en la práctica tiene más independencia y poder que el Presidente de la República.

Todo eso fue muy bien pensado por Raúl Castro cuando impuso su testamento-Constitución: nadie en el estamento público civil de la nación puede tener demasiado poder, ni siquiera el jefe del PCC. Ahora los máximos cargos de dirección del Estado y el gobierno todos serán ejercidos por personas diferentes. Sin embargo, el “número uno” del país, el dictador, sigue siendo el mismo y lo será hasta que muera.

Porque en verdad no es el PCC la máxima instancia de poder en la isla, sino unos pocos generales y comandantes históricos que encabeza Castro por ahora. Esa jefatura militar puede decretar una emergencia ante un peligro nacional y asumir de forma abierta la conducción del estado dejando en suspenso todas las instituciones. Así reza en la actual Constitución.

Pero esa Junta Militar por el momento es “invisible”, no da la cara, opera tras bambalinas. El nuevo tinglado institucional erigido el 10 de octubre carece de poder político-militar real. Es la jerarquía subalterna en la estructura del castrismo.

El embuste de Díaz-Canel de que todo volverá pronto a la normalidad se lo permitió  la llegada a la isla de tres millones de barriles de petróleo que Maduro envió porque no tuvo compradores en el mercado, y como no tenía capacidad para almacenarlo lo mandó para Cuba. De no hacerlo tenía que detener la extracción de crudo, lo cual podía acabar con muchos pozos petroleros.

Pero ese combustible se terminará en unos dos meses. EE.UU puede impedir que de Venezuela siga llevando petróleo a Cuba. Rusia, no importa lo que diga Dimitri Medvedev, no regala petróleo. Y Cuba no genera recursos financieros para comprar crudo y diesel.

Además, el “Período Especial II” no es solo por la crisis de combustible. Se ha desplomado la producción de alimentos y de todo, hay escasez de medicamentos, contracción del sector privado, regreso a la tracción animal, hay decenas de miles de trabajadores cesantes, etc.

Nada de eso lo va a solucionar el émulo de Osvaldo Dórticos y Manuel Urrutia, los otros dos “presidentes” en 60 años de castrismo sin el apellido Castro, y que igualmente fueron pura fachada del Estado, sin poder real alguno. El Periodo Coyuntural puede transformarse en Periodo Final si La Habana insiste en su inmovilismo.

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