El sábado pasado, el Noticiero Nacional de la Televisión, en su edición del mediodía, criticó con amargura a los cubanos que se niegan a colaborar con los empleados del Ministerio de Salud Pública encargados de llevar a cabo la campaña contra el mosquito <em>Aedes Aegypti</em>, vector de enfermedades importantes como la fiebre amarilla y el dengue.

Los escribidores castristas emplearon palabras de censura, que los locutores de uno y otro sexo leyeron después en tono crítico. “Indolencia” e “indisciplina” son algunos de esos vocablos. En el reportaje se acusó también a esos ciudadanos por no realizar el examen doméstico llamado <em>autofocal</em>, así como por dificultar el acceso de los encargados de la fumigación al interior de sus viviendas.

En su cobertura del tema, la prensa oficialista cubana insiste una y otra vez en el referido insecto. Mencionan los municipios del país en los que se ha observado una mayor presencia del mismo, y repiten la necesidad de exterminarlo. Sin embargo, no dicen una sola palabra sobre el dengue, la enfermedad cuya propagación él propicia.

La aguerrida prensa independiente y los órganos radicados en el extranjero observan una conducta diametralmente opuesta, pues han permanecido fieles a su labor de brindar información. Sólo gracias a ellos nos hemos enterado hace apenas horas de las docenas de camagüeyanos aquejados por el mal; de los pabellones completos de hospitales capitalinos dedicados a atender a esos enfermos.

Podemos estar seguros de que el silencio que guardan los medios oficialistas cubanos sobre la actual epidemia o brote de esa dolencia no es fruto de la casualidad; esa mudez tiene que obedecer a una consigna lanzada por la única entidad facultada para ello: el tenebroso Departamento Ideológico del Comité Central del partido único.

En este caso cabe aplicar un conocido refrán, y reconocer que <em>en el pecado llevan la penitencia</em>. Es un hecho cierto que los compatriotas que sólo tienen acceso a las informaciones que brindan el <em>Granma</em> y los noticieros nacionales, y que, por ende, únicamente han oído hablar de la campaña contra el <em>Aedes Aegypti</em>, no del dengue, se resisten a las molestas fumigaciones y a colaborar con los empleados de Salud Pública.

La experiencia aplicable a este caso es sencilla: cuando en un edificio o un barco se realiza un ejercicio de evacuación que no constituye un simple ensayo, sino que obedece a la existencia de una emergencia real, el sentido común aconseja que se informe sobre este último particular a los participantes. De este modo se garantiza que, ante el peligro cierto, todos colaboren al máximo de buen grado.

Eso es precisamente lo que no han hecho en este caso los medios oficialistas. El régimen no desea divulgar la difusión que ha alcanzado la enfermedad, antes desconocida entre nosotros. De seguro aspira a que no se afecten los pingües ingresos que obtiene del turismo. También anhela no hacer nada que atente contra “la potencia médica” que proclama su propaganda alardosa y mendaz. Por eso esconden la realidad.

Lo anterior implica que, cuando un hijo de vecino cualquiera ve llegar a los fumigadores, no perciba en ellos a las personas que pueden evitar la infección con la mortal dolencia de él mismo o de sus seres queridos, sino sólo a alguien que viene a perturbarlo en aras de una lucha —para él no muy clara— contra una especie animal.

En este contexto, ¿tiene algún sentido la arremetida verbal del noticiero sabatino? ¿Es lógico que los agitadores comunistas llamen a luchar contra un enemigo que no se sabe quién es! Ellos, antes de ponerse a reprender a quienes no preguntan, pero tampoco colaboran, harían bien en examinarse a sí mismos con espíritu crítico; en practicar un <em>autofocal</em> de nuevo tipo para identificar las verdaderas causas de la falta de colaboración que atribuyen a sus súbditos.

La Habana, 20 de agosto de 2012

René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente

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